El lado oscuro del escarabajo enterrador

Por Juan Ignacio Pérez, el 21 noviembre, 2013. Categoría(s): General ✎ 2

Nicrophorus_vespillo_Totengraeber_Brehms[1]

David Sloan Wilson, en su “Evolution for Everyone” (2007) cuenta una historia que he creído de interés reproducir aquí. Trata de un escarabajo del género Nicrophorus, cuyo nombre común es escarabajo enterrador (burying beetle). Estos escarabajos se alimentan de carroña, de cadáveres de pequeños animales, como ratones o polluelos de aves que caen del nido. Trabajan en parejas, macho y hembra, y se ocupan, juntos también, de cuidar de la progenie.

Cuando encuentran un cadaver de un tamaño tal que puedan manejar (aunque sea varias veces mayor y más pesado que ellos), lo arrastran y lo dejan en un lugar adecuado a sus propósitos dentro de una cámara subterránea. Una vez depositado en la cámara, la hembra pone los huevos en el suelo cerca de la cámara y, a continuación, la pareja se dedica a preparar el cadáver. Esa preparación es laboriosa; eliminan los pelos y plumas que pudiera tener, le dan vueltas y más vueltas hasta que adquiere una forma lo más esférica posible y, además, lo cubren con una secreción que inhibe el crecimiento microbiano y evita, por lo tanto, la putrefacción. El cadáver requiere un cuidado permanente; sin ese cuidado, su superficie se llena inmediatamente de una cubierta de hongos y bacterias.

Cuando eclosionan los huevos, los padres llaman, literalmente, a las jóvenes larvas para que se acerquen al cadáver. Lo hacen de un modo similar a como cantan los grillos. Al principio las larvas consumen alimento predigerido que regurgitan los padres y, más adelante, cuando son capaces de digerirlo por sí mismas, comen directamente del cadáver hasta que solo quedan los huesos. Cuando las larvas horadan una galería para salir al exterior y transformarse en adultos, los padres se van volando cada uno por su lado en busca de nuevos cadáveres.

Como señala el propio Wilson, esta podría parecer una historia enternecedora si no fuera porque tiene un lado oscuro. Los cadáveres pueden ser de tamaños muy diferentes, por lo que unos proporcionan más alimento y otros proporcionan menos. Pues bien, ante esa tesitura, los padres modifican el tamaño de la progenie, pero no lo hacen modificando el tamaño de la puesta, sino que lo hacen practicando infanticidio. A la vez que alimentan a unas larvas con lo que regurgitan, se van comiendo a las otras, hasta que el número de larvas es el adecuado para ser convenientemente alimentado por el cadáver disponible.

Este comportamiento puede parecernos cruel, pero ofrece garantía de supervivencia a las larvas que se salvan del infanticidio. De no proceder de esa forma, todas las larvas verían seriamente limitado su crecimiento y desarrollo y, por ello, su supervivencia. Está claro, pues, que ante una tesitura en la que los recursos son limitados, los padres optan por favorecer el desarrollo y supervivencia de unas pocas larvas en vez de arriesgarse a poner en peligro a todas ellas. En la naturaleza hay muchas situaciones en las que se produce infanticidio de esta u otras modalidades y casi siempre se trata de una estrategia reproductiva.

En el primer artículo de esta nueva serie vimos que los animales están sometidos a un mandato, el de crecer y reproducirse. Eso es así porque el éxito de un animal se cifra en el número de copias de sus genes que consigue transmitir a las siguientes generaciones. Para alcanzar ese objetivo debe ser capaz, en primer lugar de permanecer vivo. En segundo lugar debe adquirir la mayor cantidad de energía y componentes estructurales que le sea posible: de ello dependerá que aumente de tamaño y que pueda derivar una parte de esa energía y materiales a la producción de nuevos individuos. Y en tercer lugar, deberá desarrollar la modalidad reproductiva más adecuada entre las posibles, dados sus condicionantes estructurales y funcionales. Los escarabajos enterradores recurren al infanticidio diferencial como estrategia reproductiva. Puede parecernos despiadada, pero esa estrategia ha favorecido la supervivencia de la progenie generación tras generación. Y, -no perdamos esto de vista-, era de eso de lo que se trataba.



2 Comentarios

  1. A los animales no se les pueden atribuir cualidades morales. Lo que no dice (o dice por pasiva) este interesante artículo es que nos enfrentamos a una superpoblación humana para la que es necesario afrontar retos de supervivencia que superen nuestras reglas, nuestra moralidad. El exterminio lleva dándose en África por ejemplo hace años sino siglos ante nuestra pasividad occidental. El mayor reto de nuestra civilización está en afrontar nuestra condición animal con respeto a nosotros mismos, y con respeto a nuestra condición de animales residentes en este hábitat terrestre.

    1. ¿Superar nuestra moralidad o suprimirla? Me parece que olvidas que la especie humana es la única con la capacidad de tener voluntad, y en ese sentido puede decidir si se embaraza o no, lo cual no pueden hacer los animales por su instinto y por el número de crías que procrean. Es decir, a los animales los domina su instinto, los humanos dominamos ese instinto por nuestro razonamiento. Me cuesta trabajo creer que algunos humanos crean que tienen el derecho a decidir por las vidas de los demás.

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Por Juan Ignacio Pérez, publicado el 21 noviembre, 2013
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