Para que un animal pueda mantener constante la temperatura corporal, las ganancias y las pérdidas de calor han de ser de la misma magnitud. La mayor parte de nuestro calor es el que genera el motor interno, esto es, la actividad metabólica. Y, simplificando, podemos decir que las pérdidas se producen de tres modos distintos, por conducción, radiación y evaporación. De radiación y de evaporación me ocuparé en otras ocasiones.
Para que se pierda calor por conducción se requiere que el cuerpo se halle en contacto con otra masa, ya sea sólida o se trate de un fluido, aire o agua. La conducción consiste en la transferencia de calor del cuerpo del animal al medio con que se encuentra en contacto. Esta modalidad de pérdida de calor requiere que el cuerpo esté más caliente que el medio. La cantidad de calor que pierde de ese modo depende, básicamente, de tres factores, la diferencia de temperatura con el medio, la conductividad térmica de éste, y la velocidad a la que se renueva el medio en contacto con la superficie corporal. Todo esto tiene importantes consecuencias prácticas. Veámoslas.
La primera es que cuanto más frío hace, más calor se pierde. Esto es obvio y parece una verdad de perogrullo. Lo que no parece estar tan claro para todo el mundo, aunque sea igual de obvio, es lo que ocurre cuando el aire está más caliente que el propio cuerpo. Los ciudadanos europeos suelen aligerar notablemente la vestimenta en zonas donde la temperatura es más alta que la propia, sobre todo si hace viento. Los beduinos del desierto, que de esto saben algo más, se cubren de la cabeza a los pies. Se aislan así al máximo, porque cuando la temperatura exterior es superior a la corporal, no se pierde, sino que se gana calor por conducción, también cuando se mueve el aire.
La segunda consecuencia no es tan obvia, aunque sí conocida: Dada la alta conductividad térmica del agua, la pérdida de calor en ese medio es mucho mayor que en aire; es tan intensa que a cualquier animal le resulta muy difícil mantener su temperatura corporal si ésta es diferente de la del agua. En concreto, a los seres humanos nos resulta imposible regular la temperatura corporal si nos encontramos en una masa de agua cuya temperatura es inferior a 15ºC. No olvidemos que los mamíferos acuáticos disponen de una gruesa capa de grasa subcutánea a modo de aislamiento térmico.
Y la tercera consecuencia es conocida, pero no siempre se tiene en cuenta: A bajas temperaturas, el movimiento de aire puede tener un efecto tremendo. Así, un animal expuesto a una temperatura de -40ºC y un viento de 50 Km/h, perderá calor de forma equivalente al que perdería si se encontrase expuesto a -80ºC sin viento. Habrá quien piense que no esa situación es irreal, que no puede producirse, pero no es cierto, se produce, y si no, que le pregunten al pingüino emperador.