Érase un ave a un pico pegada,
érase un pico superlativo,
érase un pico sayón, altivo,
era una grande y colorida espada.
Era un reloj de sol desalineado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
érase mulo picón mal encarado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de picos era.
Érase un piquísimo infinito,
tanto pico que, si de ave fiera,
en la cara de Anás sería delito.
Los lectores habrán reconocido el soneto satírico “A un hombre de gran nariz” que Quevedo dedicó, por lo que cuentan, a su coetáneo Luís de Góngora, por quien no parecía tener demasiadas simpatías (recuérdese también la «Aguja de navegar cultos»). Me he permitido la licencia de introducir mínimos cambios para que pico sustituya a nariz sin causar demasiado estropicio en rima y métrica. Y que me perdonen los puristas, si la licencia no es de su agrado. El texto de las dos versiones originales del poema puede consultarse aquí.
Hablamos del tucán, claro. Porque es un ave con un pico extraordinario,… por decirlo de alguna forma. Buffon, el gran naturalista, lo denominó apéndice monstruoso. Y Darwin pensaba que es el resultado de un fenómeno de selección sexual. Otros naturalistas han barajado otras hipótesis para dar cuenta de tan exagerado rasgo.
G. J. Tattersall y colaboradores se han ocupado de estudiar la función del pico del tucán. De acuerdo con los datos publicados ese grupo, cumple una función importantísima en la termorregulación de estas especies de aves. Además, los investigadores sostienen que debe diferenciarse entre las presiones selectivas que han determinado las características morfológicas del órgano, de la función que de hecho cumple en la actualidad. En su trabajo se han limitado a valorar su función actual.
Como en el resto de animales homeotermos, los tucanes han de igualar sus pérdidas de calor con sus ganancias para mantener la temperatura corporal constante. Como hemos visto aquí ya en numerosas ocasiones, la ganancia de calor es la que resulta de la actividad metabólica; por lo tanto, cuando esa actividad es alta se produce más calor, por lo que también ha de disiparse más para mantener la temperatura constante. Por otro lado, la pérdida de calor puede producirse de formas diversas, pero siempre depende de la temperatura ambiental. Cuando es alta resulta más difícil disipar el calor, porque el gradiente térmico entre el exterior y el interior del organismo es menor.
La temperatura superficial del pico del tucán experimenta notables variaciones en respuesta a los cambios de la temperatura del medio externo. De hecho, la temperatura de la superficie del pico se eleva de forma considerable cuando la del medio externo sobrepasa los 21ºC. Esto quiere decir que mientras la temperatura exterior se mantiene en valores no demasiado altos, los tucanes disipan el calor a través de la superficie corporal, principalmente, pero si se eleva la temperatura ambiental, al limitarse la disipación por la superficie corporal, el pico pasa a ser un órgano relevante a estos efectos.
Por otra parte, además de la temperatura ambiental, el nivel de actividad de los tucanes es un condicionante importante de la pérdida de calor a través del pico. Al volar, la producción de calor se hace entre 10 y 12 veces más intensa que cuando se encuentran en reposo, por lo que su disipación ha de elevarse en proporción. También bajo esas condiciones pasa el pico a tener una importancia mayor como enclave para la disipación de calor.
Ahora bien, ¿cómo puede regular el tucán la cantidad de calor que disipa a través de la superficie del pico? La respuesta a esa cuestión es que esa regulación se efectúa mediante el control de la circulación sanguínea. El pico es un apéndice muy irrigado por capilares sanguíneos y los cambios de temperatura de su superficie dependen, precisamente, del grado de apertura de los capilares. El tucán ejerce (de modo inconsciente, claro está) un control estricto sobre esa circulación. Veamos una muestra: por debajo de una temperatura ambiental de 25ºC, la única zona del pico que pierde calor es la más próxima al cráneo, pero por encima de esos 25º C, el calor se disipa a través de toda la superficie, porque todos los capilares están abiertos y circula abundante sangre por ellos.
Son muchos los animales que regulan la pérdida de calor mediante el control de la circulación sanguínea. Ya nos ocupamos aquí de la “rete mirabile” de los atunes: gracias a esa “red maravillosa” pueden conservar parte del calor producido y mantener así un cierto control sobre la temperatura de su musculatura natatoria interna. También los elefantes regulan la pérdida de calor a través de sus orejas mediante el control de su circulación sanguínea.
Y sin necesidad de acudir a otras especies, los seres humanos también recurrimos al mismo procedimiento. Cuando hace frío restringimos la circulación subcutánea, la de los vasos sanguíneos más próximos a la superficie corporal, redirigiendo casi toda la sangre a través de los vasos dispuestos más internamente. Y lo contrario ocurre cuando hace calor. Prueba evidente de ello son los vasos que se encuentran cerca de la superficie: son mucho más visibles cuando hace calor.
Fuente: G. J. Tattersall, D. V. Andrade eta A. S. Abe (2009): “Heat exchange from the Toucan Bill Reveals a Controllable Vascular Thermal Radiator”. Science 325, 468 (DOI: 10.1126/science.1175553)
Muy interesante mecanismo homeostático de esta ave!
Genial!!
Es de suponer que los pingüinos que se encuentran en el centro del grupo perderán menos peso que los que se encuentran en el exterior. ¿No?
En teoría, y creo que también en la realidad, se van turnando. Si no fuese así, efectivamente, los del interior perderían menos peso.
También es de recalcar el antisemitismo en que la sociedad española estaba envuelta y de la que Quevedo se aprovecha: Para desacreditar a un competidor, nada mejor que acusarlo de judío o de tener algo de judío.
Érase un hombre
a una nariza pegado
y pegado a su nariz
un talego enrollado