Insecticidas (II): Productos naturales y genomas modificados

Por Juan Ignacio Pérez, el 29 junio, 2015. Categoría(s): General
El taladro del maíz
El taladro del maíz (Imagen: wikipedia)

Dados los problemas que acarrea el uso de insecticidas convencionales, como los que vimos en la anotación anterior, se han investigado otras posibles sustancias o procedimientos para atacar a los insectos dañinos. La cuestión es si se pueden evitar tales daños, esto es, si hay algún modo alternativo de combatir a los insectos sin causar a la vez graves efectos ecotoxicológicos.

La primera respuesta que cabe dar a esa cuestión es que deben considerarse las alternativas ya existentes en la naturaleza y entre ellas las más evidentes son el uso de insecticidas naturales, por un lado, y el de depredadores naturales por el otro.

En lo relativo a los insecticidas naturales, hay que pensar en las plantas, ya que puede barajarse la posibilidad de recurrir a las mismas o similares sustancias de que se sirven ellas para defenderse de los insectos. Es más, de entre los insecticidas de síntesis, los últimos piretroides comercializados se basan en sustancias, -denominadas piretrinas-, que son producidas por los crisantemos.

En lo relativo a los depredadores naturales, cabría pensar, en principio, que si se pudiese elevar la densidad de los depredadores de los insectos a los que se quiere combatir, podrían mantenerse las plagas bajo control, al menos en teoría. El problema, en este caso, estriba en conocer con precisión cuál o cuáles son los depredadores naturales y en llevar un control estricto de todo el proceso. A pequeña escala no plantean especiales dificultades, pero la cosa cambia mucho si se trata de utilizar estos procedimientos a gran escala, pues son difíciles de gestionar, por lo que no son aplicables de forma intensiva.

Por otro lado tenemos los insecticidas de origen microbiológico. La opción más desarrollada en la actualidad es el uso de un insecticida que produce la bacteria Bacillus thuringiensis (Bt), cultivada desde hace tiempo de forma industrial. Se utiliza para hacer frente a plagas muy dañinas para ciertas plantas, puesto que puede ser muy eficaz contra los lepidópteros. En este caso, son las esporas de la bacteria las que se utilizan como fuente del insecticida. Las plantas que se quiere proteger son fumigadas con las esporas, de manera que las orugas de los lepidópteros que se alimentan de la planta enferman y mueren. Esas esporas, sin embargo, no causan daño a muchos otros insectos, ni tampoco a la mayoría del resto de animales.

Oruga del taladro (Imagen: wikipedia)
Oruga del taladro (Imagen: wikipedia)

Veamos a continuación a qué se debe esa especificidad. Las células de B. thuringiensis producen, junto con la espora, una proteina cristalizada. Cuando se encuentra esa proteina en medio básico (pH>9), se activa y se convierte en tóxica. El pH tiene mucha importancia en este caso, porque ese pH tan básico tan solo se da en el interior del tubo digestivo de las orugas de algunos lepidópteros (tampoco de todos). Bajo esas condiciones el intestino resulta muy dañado por la toxina, puesto que provoca la aparición de poros en las células del epitelio digestivo; los problemas osmóticos a que da lugar ese estado epitelial hacen que la célula en su integridad colapse: las larvas no pueden absorber nada a través de su intestino, se produce diarrea y, en consecuencia, deshidratación.

Este procedimiento microbiológico es eficaz, limpio y seguro, pero es de aplicación limitada. Para superar esa limitación, se está valorando la posibilidad de utilizar otras bacterias como vectores, sin descartar el uso de virus y hongos con esa finalidad. De lo que se trata es de garantizar de forma simultánea la seguridad y la especificidad del tratamiento.

Veremos, para acabar, uno de los pasos más polémicos dados en esa dirección. Todos hemos oído hablar o hemos leído algo acerca del maíz Bt, más conocido por su nombre comercial, MON810. Se trata de un maíz con el genoma modificado, desarrollado con el fin de evitar el ataque del taladro, un insecto muy voraz que se alimenta de las hojas de maíz que se cultiva en zonas templadas y cálidas. Mediante el uso de procedimientos biotecnológicos, en el genoma de la semilla del maíz se ha introducido el gen que codifica la síntesis de la proteina bacteriana (Bt) que resulta tóxica para las orugas de lepidópteros. Gracias a ello no es necesario el uso de las esporas de Bacillus thuringiensis ni de ningún insecticida, puesto que la propia planta contiene la sustancia que acaba con el taladro.

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Nota: Esta anotación es la traducción al castellano de un artículo de mi compañera Miren Bego Urrutia que publicó en nuestro blog Uhandreak con el título «Intsektuen aurkako gerra garbia«



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Por Juan Ignacio Pérez, publicado el 29 junio, 2015
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