Ojos que detectan cachalotes

Por Juan Ignacio Pérez, el 23 enero, 2014. Categoría(s): General ✎ 4

 

Calamar gigante que ataca a un calamar de otra especie utilizado como cebo es izado a una embarcación de investigación oceanográfica en la Islas Ogasawara, sur de Tokyo; 4 de diciembre de 2006. (Foto: Tsunemi Kubodera, Japan's National Science Museum)
Calamar gigante que ha atacado a un calamar de otra especie utilizado como cebo y es izado a bordo de un buque   oceanográfico en la Islas Ogasawara, sur de Tokyo; 4 de diciembre de 2006. (Foto: Tsunemi Kubodera, Japan’s National Science Museum)

Hace unas semanas me ocupé aquí de los ojos de los calamares gigantes. De acuerdo con la bibliografía relativa al tema, atribuía las grandes dimensiones de esos ojos a la capacidad para detectar las tenues señales lumínicas procedentes de animales con órganos bioluminiscentes que pudieran ser presas de los calamares o, quizás también, para detectar la presencia de miembros de la misma especie. Sin embargo, es posible que las cosas sean algo más complejas, y que más que detectar posibles presas, la función principal que cumplen esos ojos sea la de detectar posibles depredadores. Y se da la circunstancia de que el único animal que puede sumergirse tanto como para llegar a donde habitan el calamar gigante (Architeuthis sp.) y el calamar colosal (Mesonychoteuthis sp.) y que es capaz de darles caza, es el cachalote (Physeter macrocephalus).

El tamaño del ojo es un factor determinante de la visión. Cuanto más grande es, mayor es la pupila y mayor es la cantidad de luz que llega a los fotorreceptores; esto proporciona mayor sensibilidad y mayor resolución espacial, y de esa forma se pueden detectar mejor los contrastes. Pero es caro construir y mantener ojos de gran tamaño, y si se trata de una posible presa, pueden limitarle la capacidad de camuflaje. Por eso, el poseer unos ojos tan grandes tiene que proporcionar evidentes ventajas. Me estoy refiriendo, en este caso, a ojos con un diámetro de 27 cm, diámetro que es, al menos, tres veces mayor que el de cualquier otro animal.

La consideración anterior es la que ha conducido a un equipo internacional de investigadores a evaluar las presiones selectivas que han podido conducir a que los ojos de los calamares colosal y gigante alcancen los grandes tamaños que los caracterizan. Parten de la base de que si son las únicas especies que tienen ojos de ese tamaño es porque cumplen una función que sólo cumplen en esas dos especies. Y para ello, desarrollan una serie de expresiones matemáticas que relacionan el desempeño o rendimiento visual con el tamaño de los ojos para diferentes objetos y condiciones.

A partir de su análisis, llegan a la conclusión de que esos ojos tan grandes son especialmente buenos para detectar la aproximación de cachalotes, que son los únicos depredadores de los grandes calamares de las profundidades oscuras. Los objetos que pueden ser mejor detectados bajo el agua son o bien los que se mueven por encima del observador, de manera que se detecta su silueta contra la luz que pueda llegar de la superficie, o bien organismos bioluminiscentes. La primera posibilidad es característica de aguas no demasiado profundas, pero en profundidades abisales, los organismos bioluminiscentes son las principales, si no las únicas, fuentes de luz.

Por otra parte, sabemos que los objetos que se mueven en la columna de agua pueden provocar bioluminiscencia en los organismos que se encuentran en su entorno. La mayor parte del zooplancton de aguas profundas emite luz en respuesta al movimiento de grandes objetos en su proximidad. Cuando eso ocurre, un hipotético observador vería una silueta luminosa con la forma del objeto que se mueve, y cuya luz provendría de los organismos bioluminiscentes que se encuentran en su entorno inmediato. Ese posible observador podría ver la luz emitida por el conjunto de organismos bioluminiscentes, sin llegar a ver cada uno de los focos de dicha luz.

 

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=_z2Lfxpi710[/youtube]

 

Como antes he apuntado, los únicos depredadores de los calamares gigantes y colosales son los cachalotes. Pues bien, si un cachalote nada hacia un calamar gigante para atraparlo, éste contará con una buena posibilidad de huir si es capaz de detectar su presencia a tiempo. Puesto que el cachalote, con su movimiento, provoca que muchos organismos que se va encontrando en el curso de su inmersión emitan luz, el calamar, gracias a los ojos de gran tamaño, está bien equipado para detectar su aproximación ya que recibe la luz procedente de los focos que constituyen los organismos que producen bioluminiscencia. Así, mientras que para detectar posibles presas o ejemplares de su misma especie los ojos de gran tamaño no le reportan demasiada ventaja, sí que se la dan para detectar al cachalote que se aproxima.

Según los modelos matemáticos de estos investigadores, los calamares gigante y colosal, gracias al gran diámetro de la pupila, podrían detectar la aproximación de grandes objetos a distancias de hasta 120 m. El sonar del cachalote tiene un rango de unos 200 m para organismos o estructuras blandas, sin esqueletos sólidos, y el calamar es sordo para las ondas de alta frecuencia que producen los cachalotes. Por eso, su única posibilidad de evadirse es verlo a tiempo. El tener unos ojos tan grandes sólo es posible si el cuerpo del calamar es grande también, como es el caso, y ese gran tamaño es, además, una ventaja para huir a toda velocidad. Por eso, es posible que el gigantismo de estos calamares sea el resultado de la presión ejercida también por los cachalotes. De ser correcta la propuesta de estos investigadores, entre unos y otros se ha desatado una espectacular carrera armamentística. Los cachalotes cuentan con su gran tamaño, sus dientes y su sónar, y los calamares de las profundidades con sus grandes tamaños, sus cuerpos blandos, y sus ojos.

 

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=g7A-M4yyjwc[/youtube]

 

Fuente: Dan-Eric Nilsson, Eric J. Warrant, Sönke Johnsen, Roger Hanlon y Nadav Shashar (2012): “A Unique Advantage for Giant Eyes in Giant Squid” Current Biology 22, 683–688



4 Comentarios

Deja un comentario

Por Juan Ignacio Pérez, publicado el 23 enero, 2014
Categoría(s): General