Las aves migratorias anidan y se reproducen en climas fríos y hacia el final del verano levantan el vuelo y emprenden viaje en busca de zonas más cálidas en las que pasar los meses más fríos y poder seguir alimentándose. Esto es fácil de entender. Pero ¿por qué vuelven? ¿por qué regresan a las zonas frías? El riesgo que conlleva una migración puede ser altísimo, y el esfuerzo que han de desarrollar es descomunal. Se ha propuesto que la razón por la que regresan al frío es que en las zonas tropicales podría haber una fuerte competencia por el espacio. Pero hay casos que cuestionan esa hipótesis; el mérgulo antiguo, por ejemplo, vuela casi 8.000 km a través del Pacífico Norte, desde el Canadá hasta la China y el Japón y, sin embargo, no hay grandes diferencias entre las condiciones ambientales de esas áreas geográficas. No obstante, aunque no acaban de estar claras las razones de la migración, sospecho que en términos netos la presencia en zonas frías durante los meses cálidos ofrece a las aves mayor abundancia de alimento justo en el periodo en que han de sacar adelante la nidada, y que esa mayor abundancia compensa el gasto y los riesgos.
La migración exige una preparación previa. La faceta más obvia es la de hacer acopio de reservas de energía y almacenarla en forma de grasa. Durante el periodo anterior a la migración los órganos digestivos de las aves aumentan de tamaño y procesan mucho más alimento, aunque luego, durante el vuelo, se reducen considerablemente. El correlimos Calidris pusilla, que vuela de forma ininterrumpidaal final de cada verano desde la Bahía de Fundy, en la costa este del Canadá, hasta Sudamérica, come grandes cantidades de pequeños crustáceos que abundan en los limos costeros y que son muy ricos en ácidos grasos omega 3; pues bien, esos ácidos grasos parecen provocar una elevación de un 50% del metabolismo aerobio máximo de sus músculos o, lo que ello significa: elevar considerablemente la potencia que pueden desarrollar. Otro correlimos, Calidris conutus, refuerza de forma notable su musculatura cardiaca antes de iniciar el vuelo.
La aguja colipinta Limosa lapponica, que vuela a lo largo de 11.000 km sin descansar, eleva la concentración de hemoglobina sanguínea antes de empezar la migración, lo que le permite aumentar de forma considerable el aporte de oxígeno a sus tejidos. Esa distancia es la más larga que se ha registrado mediante rastreo por satélite de aves migratorias; tardó ocho días -entre el 30 de agosto y el 7 de septiembre de 2007- en recorrerla sobrevolando el Pacífico desde Alaska hasta Nueva Zelanda; la vuelta, sin embargo, la hizo en dos tramos: entre el 17 y el 25 de marzo de 2008 desde Nueva Zelanda a Corea, y entre el 1 y el 6 de mayo, desde Corea hasta Alaska.
La migración de más largo alcance que se conoce en el mundo de las aves es la de los charranes árticos, que vuelan del verano boreal al verano septentrional en viaje de ida y vuelta cada año, aunque no lo hacen en una única etapa y pueden dar infinidad de rodeos en sus desplazamientos. Recorren así alrededor de 80.000 km cada año; si tomasen el camino más corto se quedarían en 40.000 km, que tampoco está nada mal. Y la más corta conocida es la de una galliforme, Dendragapus, que se desplaza a lo largo de 300 m para bajar y subir colinas en el Oeste de Norteamérica. No creo que Dendragapus necesite dotes especiales para tan parco esfuerzo.
Y puestos a documentar hazañas migratorias, tampoco es baladí la proeza del ánsar índico, que en tres días viaja desde el sur de la India hasta la meseta siberiana, para lo que ha de sobrevolar el Himalaya. Supera alturas superiores a los 7.000 m, con la dificultad que representa la difícil sustentación que hay en lugares tan altos debido a la escasez de aire, y, a la vez, el poco oxígeno del que disponen para respirar. Anser indicus se vale de una hemoglobina especial que tiene una alta afinidad por el oxígeno para poder captarlo en alturas en que se reduce por debajo de la mitad con relación al que hay a nivel del mar.
En resumidas cuentas, los viajes de la mayor parte de las aves migratorias son verdaderas hazañas, que exigen adaptaciones fisiológicas muy especiales y conllevan un altísimo gasto de energía. Los riesgos son también altos, pues varios factores (tormentas, depredadores, caza, destrucción de hábitat) pueden provocar la muerte o la pérdida de zonas de anidamiento. Debe de haber, pues, poderosas razones para migrar.
Nota: he omitido todo lo relativo a los mecanismos de orientación y navegación porque ese es un mundo aparte y del que se saben bastantes cosas pero quedan bastantes por saber. A quien interese el tema, recomiendo el libro de Jennifer Ackermann “The genius of birds”, a poder ser en inglés; la traducción es pésima.